domingo, 12 de septiembre de 2010

Tema 1. LA CRISIS DEL METODO COMPARATIVO CLASICO

El método comparativo clásico entro en una crisis en el contexto de los años sesenta, no tanto debido a sus fragilidades metodológicas como a sus dificultades para adaptarse a sus transformaciones que por entonces marcaron el objeto del análisis político. Es forzoso reconoce que la diferencia de contextos es demasiada acentuada para que pueda efectuarse una comparación binaria y que, por otra parte, con una comparación de éste tipo se corre el riesgo de preferir las formas a los métodos reales de funcionamiento y así ocultar todo lo que constituía lo específico y la incumbencia reales de lo político en el seno de las sociedades extraoccidentales.

La primera salida consistía en rechazar el análisis de las sociedades extraoccidentales en el ámbito de las area Studies: lo específico en las sociedades africanas, del medio oriente y las latinoamericanas sería tal que, por una parte, sólo podría estudiarlo los especialistas, su conocimiento se consideraría como un análisis monográfico del terreno y no como una comparación con otras sociedades, cuyas conclusiones tendrían que ser formales.

Tiene sus límites: por un lado la falta de comparación, aunque se efectúe con el ánimo de respetar lo específico, puede agravar involuntariamente el carácter etnocéntrico del análisis:  las comparación obliga a destacar las diferencias y por ende a utilizar con precaución los conceptos; por el contrario, se corre el riesgo de elaborar la monografía a partir de prejuicios, utilizando de nuevo y sin criterio antiguas categorías y métodos cuya compatibilidad con el objeto o la situación estudiados no se hayan establecido antes.

La segunda postura fue la del desarrollismo que se impuso como salvador del método. Y que comparar significa medir los desfases, es decir, el subdesarrollo de algunos sistemas políticos, prescribir las recetas necesarias para remediar dichos retrasos. Un método así solo puede llevarse a la práctica en medida en que se postule que todas las sociedades deben converger en un modelo único de modernidad política cuyo perfil se conoce a priori.

La poliarquía (sistema marcado por la libre competencia para obtener el poder político), y en que medida ha superado a cada sociedad las 6 crisis que sus postulados presentan como inherentes a todo proceso de desarrollo: crisis de identidad, de legitimidad, de penetración, de participación, de integración y de distribución. Pocos conceptos y pocas teorías de la ciencia política tuvieron una carga ideológica tan fuerte como el desarrollismo.

Otra carga ideológica, el desarrollismo, también fue fraguada para legitimar las políticas de cooperación, y las subsecuentes prácticas de dependencia. La ayuda material al tercer mundo es necesaria ya que no solo permite su progreso económico, sino además que logre un modelo de gobierno liberal y pluralista, por ésta razón, se supone que las sociedades en vía de desarrollo importen masivamente los modelos occidentales de gobierno.



La crisis del universalismo



El análisis comparativo clásico, y particularmente su faceta desarrollista, descansan en un doble postulado: los universal de los conceptos y la universalidad de las prácticas. Esta doble profesión de fe universalista remite a una convicción epistemológica: no puede haber en ella una ciencia de lo político sin una serie de conceptos aplicables al conjunto de situaciones políticas; también corresponde a un prejuicio: el de la cultura no interviene significativamente en la elaboración de las categorías para el análisis ni en la hechura de las ordenes políticos conformados y que siguen constituyéndose en el espacio y tiempo.

Al declarar de ésta manera lo transcultural de los conceptos y las prácticas políticas, el método comparativo clásico solo pudo refugiarse en los axiomas desarrollistas: una vez descubiertos las diferencias culturales, sólo tenían un valor residual destinados a perderse a medida que se efectuara la modernización, en el mejor de los casos, los conceptos se elaboraron según el método weberiano de lo tipos ideales, es decir, como una organización utópica, acentuando su aspecto más significativo y permitiendo interpretar aquello que los separaba de las situaciones concretas y reales, como debido a los restos de una tradición, tanto más fácil de aislar para postular después su desaparición progresiva.

El segundo efecto fue el de precipitar el reexamen de las condiciones históricas de producción de la modernidad política occidental.

Ésta es pues la situación, de la primera crisis del método comparativo clásico: sus partidarios creían que utilizaban un léxico universal de la ciencia política; en realidad solo efectuaban sus comparaciones con la jerga de una ciencia política occidental y, por ende se entregaban al jugo estéril de confundir las comparaciones y la medida de las distancias que los separaban los distintos órdenes políticos extraoccidentales.

En efecto esto equivale a decir que la crisis que la crisis del universalismo que atraviesa la política comparada supone que se dude del desglose a priori del objeto político, su aislamiento demasiado prematuro en el interior del todo social; uno y otro corresponden  a modalidades variables de cultura en cultura, lo que obliga al comparatista a emprender una empresa sociológica integrada.

Esto revela que compete al método comparativo efectuar una clasificación que a la fecha no se ha emprendido de manera sistemática que consista en distinguir a los conceptos monoculturales de los transculturales: los primeros estaría relacionados con determinada historia, por ende no podrían explotarse; en cambio los conceptos transculturales podría universalizarse y trascenderían las culturas.

El método comparativo supone la reducción previa de esta polisemia que dificulta la distinción entre lo monocultural y lo transcultural. Según como se defina al estado, éste puede parecer universal (como mero sinónimo de la escena política) o específico (si se define mediante los atributos que marcaron su invención en una trayectoria histórica dada). El comparatista debe señalar, nombrar y defenir lo específico de cada etapa de su análisis, debe examinar sus dinámicas, el proceso de su posible exportación y su posible efecto de su hibridación, es decir, su transformación en la sociedad que se transplanta.



La crisis de la explicación



Inevitablemente, la crisis del universalismo que afecta al método comparativo desemboca en la crisis de su facultad explicativa, admitir que los procesos políticos contienen una parte indiscutible de especificad equivale a dudar de los paradigmas explicativos que generalmente utiliza este tipo de método, en particular del desarrollismo.

La explicación de la política ya no puede afirmar la existencia de un factor determinante y universal que trascienda las culturas y las historias. Es forzoso admitir que la hipótesis ya se insinuaba en la mayoría de los trabajos comparativos.  Se encuentran las mismas orientaciones en todos los escritos desarrollistas, que también parten del postulado de un desarrollo político que rinde tributo al desarrollo económico.

El postulado, que es el núcleo de un esfuerzo comparativo, es doblemente azaroso. Supone que en todas las culturas se concibe a la economía de una misma manera, y que su articulación de lo social y lo político es de la misma naturaleza universal.

Karl Polanyi, y luego Louis Dimont, mostraron que lo económico no goza de autonomía y de racionalidad mas que en el contexto de la historia occidental y que, en cambio en el seno de otras culturas e historia se encuentra firmemente “encajonado” en el orden social. Las cuales sin embargo se elaboran de manera histórica, con lo que remiten a lo específico.

Todo esto indica que el paradigma explicativo es no culturalmente neutro.

En realidad, propio concepto de determinismo tiene una connotación cultural, ya que describe la aceptación de determinado factor en un sistema de significados dado.

Esta interferencia entre la cultura y la explicación y esta indiscutible diversidad de los modos explicativos contribuyeron a poner en duda las pretensiones casuales del análisis comparativo clásico. Así lo evidencian los trabajos más recientes, pues reorientan la explicación hacia el modo “secuencial” o hacia el método weberiano de la afinidad efectiva. La primera de éstas dos fórmulas está estrechamente relacionada con la reintroducción de la historia: consiste en comparar las trayectorias históricas con el fin de explicar las diferencias que las separan mediante el efecto producido por la sucesión de las diferentes secuencias históricas.  La segunda se debe al resurgimiento del análisis cultural y al redescubrimiento de la epistemología de Max Weber.

El análisis de tipo “secuencial” fue iniciado por Barington Moore, fue precisado después por Stein Rokkan y por Perry Anderson. Moore, quien se interroga acerca de las diferencias entre trayectorias que los separan a los sistemas políticos europeos, distingue entre la vía democrática y la dictadura, que incluye las vías fascistas y comunistas, e intenta explicar porqué las sociedades europeas emprendieron caminos diferentes.

Los aspectos de éstas formaciones sociales se precisaron en base a tres criterios elaborados teóricamente: la importancia relativa de la aristocracia y de la burguesía, y el tipo de economía rural definido esencialmente por la relación sostenida con el estado y la orientación más o menos revolucionaria del campesinado. Por ello el análisis efectuado no es casual: ninguna de éstas variables se considera causa de la aparición de un régimen; por el contrario, la combinación de las variables permite describir la naturaleza de cada una de estas formaciones, pues el propósito de Moore se limita a revelar la correspondencia secuencial entre un tipo de formación y un tipo de régimen.

En Rokkan encontramos una iniciativa de la misma naturaleza cuando se recurre al método de las “diacronías retrospectivas” para elaborar su “carta conceptual de Europa” y explicar así la diferenciación de los modos de desarrollo político practicados en Europa .

Ésta iniciativa le permite a Rokkan dar una explicación comparativa en la que repudia el determinismo. El interés de su trabajo es sobretodo mostrar que ninguna instancia es el origen a priori de los conceptos políticos: la variable económica explica el proceso de construcción de un centro estatal en Europa, aunque en combinación con una variable territorial; en cambio, no interviene en la explicación de las modalidades de construcción racional que incluye una variable religiosa.

La historia que preparó esta distinción no es solo una distinción económica, si no también una historia territorial. Entonces se plantean varios problemas. El primero es el de la naturaleza de la explicación. Tal como se elabora, se limita a destacar las secuencias históricas: la Reforma precede a una secuencia temprana y consensual de construcción nacional.

La comparación empírica, construida en éste nivel de generalidad, propicia una deducción: la fuerza del estado sería función de la amplitud de la crisis de autoridad, y por lo tanto del grado de feudalismo en la sociedad.

El segundo modo de explicación al que recurre al método comparativo es de señalar las afinidades electivas, proveniente de la obra de Max Weber y, en particular, de  L´Ethique protestante.

El alcance explicativo del método comparativo termina cuando se corre el riesgo de reestablecer el universalismo, la casualidad simple o el evolucionismo.



La crisis de la relación con la historia



Por último, el método comparativo clásico resulto seriamente afectado por su incapacidad para definirse respecto de la historia e integrar en su análisis la dimensión histórica de los objetos sociales que proponía comparar. El desconocimiento de ésta dimensión torna artificial e ilusoria cualquier comparación, ya que al no considerar más que manifestaciones inmediatamente contemporáneas, el análisis corre el riesgo de dejar de lado todo lo que la profundidad histórica revela de excepcional y singular.

Solo desde el punto de vista comparativo, éstos postulados encerraban cuanto menos tres tipo de peligros. Para empezar, la construcción sistemática se basa en una definición a priori de lo político, por ejemplo la asignación autoritaria de valores a los que se refiere David Easton, que se considera válida en todo momento y en todo lugar y se supone que ni el tiempo y la cultura la afectan; así establece una concepción esencialista de lo político es decir de lo nominalista.

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